Por Mario
Rodríguez López
La incontinencia verbal de que adolece la mayoría de los “políticos” en
nuestro país, obliga al mesurado análisis de quienes son receptores de sus
discursos.
Con independencia de su iletrada participación en eventos diversos que
exigen una meridiana preparación, su modesto intelecto da muestra de escasa
cultura y, sobre todo, de habilidad ausente que pueda favorecer alguna
respuesta oportuna y convincente.
Hace tiempo escasean en el ámbito nacional los personajes que hacen gala de
su conocimiento sobre los problemas que han afectado a la sociedad mexicana,
aunado a la destreza con la que proponen soluciones tangibles y verosímiles.
La calidad humana, la reputación adquirida en su vida personal, el prestigio
acumulado en su trayectoria pública, la pertinencia al emitir sus opiniones, la
sensatez de sus respuestas y la elocuencia matizada por el dominio del idioma,
es desconocida actualmente por millones de jóvenes quienes son víctimas de la
contaminación que la “nueva clase política” ha impuesto en las justas
electorales recientes.
Campañas que se caracterizan por denostar a los adversarios al emplear la calumnia
como eje rector de su argumentación; candidatos que aseguran satisfacer
demandas ciudadanas aunque, de antemano, saben que no podrán cumplir por ser
materialmente imposible en las condiciones económicas actuales; demagogia
recalcitrante en sus mensajes a la población; nepotismo a ultranza que genera
mayor desconfianza; todo ello atenta contra la inteligencia de los votantes.
Es menester que cada aspirante presente un programa definido de gobierno
con propósitos plausibles, pero a la vez tangibles y mensurables, ya que solo
de esta manera estaremos posibilitados para emitir un sufragio que garantice el
ejercicio de este derecho.
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