Mtro. Julio
César Galindo Diego
En ocasión anterior presenté
reflexión sobre algunos aspectos de la
reforma laboral preferente en trámite cuando se encontraba aún “cocinándose”
(en comisión camaral para su estudio,
discusión y dictamen).
De acuerdo con la información
que llega a través de los medios, se informa que en la cámara baja, dicha
iniciativa fue aprobada en un 80%, lo que en opinión del titular del ejecutivo
federal y de la secretaria del ramo es un buen resultado; sin embargo, todo
parece indicar que el restante 20 % sin aprobar no únicamente reviste gran
relevancia jurídica, sino relevancia extrema en lo político.
No obstante dicha aprobación,
hay voces y corrientes manifiestas que hacen valer su inconformidad con los
aspectos aprobados y ello, al parecer, aún dará lugar a numerosas discusiones y
probables confrontaciones. En cumplimiento del proceso legislativo, el proyecto
de ley formulado por la cámara baja fue turnado al Senado en donde las noticias
dan cuenta de la aireada oposición de los líderes sindicales corporativos (U.
N. A. M., S. N. T. E., HACIENDA, PEMEX, TELEFONISTAS, etc.,) a que los aspectos
sindicales sean tocados, mucho menos modificados.
Me explico. Dentro de los temas
contenidos en la iniciativa que no fueron aprobados se encuentra la transparencia
en el manejo de fondos y recursos sindicales y la democratización de los
propios sindicatos en términos tales que sus dirigentes sean electos por
sufragio directo de los agremiados.
Al ciudadano en general, le
parece que esa transparencia de fondos y recursos sindicales y en general del
manejo de representación debe ser no sólo clara, sino diáfana y que la elección democrática de los representantes es
la piedra angular de un régimen democrático en donde todas las instituciones
estén permeadas por igual rasero. ¡Pero…ahí viene el pero!
Quedó señalado que la oposición
es del corporativismo, con ello hemos de tener claro que en la historia
independiente de México (1821), hasta 1929, en ningún momento hubo paz social
lo que quiere decir que desde el inicio del movimiento independiente hubo
derramamiento de sangre, pasando por los periodos de Santa Ana; la guerra de
1847 de Estados Unidos de América, la pretendida invasión francesa que culminó
con la batalla de los fuertes de Loreto y Guadalupe con el triunfo del 5 de
Mayo; la monarquía de Maximiliano de
Hausburgo; La Reforma, Benito Juárez y Lerdo de Tejada; dictadura
porfirista; la revolución iniciada en 1910 y culminada en 1920 y el asesinato
de Madero y la traición huertista; el derrocamiento de Venustiano Carranza,
para culminar con la guerra cristera de 1929, inclusive aún se da el asesinato
de Álvaro Obregón.
Es con la constitución del P.
N. R. cuando a través del corporativismo
se aglutinan las fuerzas campesina,
obrera y popular en torno a un gobierno (Plutarco Elías Calles); y se da
la ansiada y esperada estabilidad, paz social y continuidad al régimen de
gobierno y al país, que, vistos los antecedentes de ninguna manera es dato
menor. A la postre, ello permite al presidente Lázaro Cárdenas la llamada
expropiación petrolera que en el caso me parece es, además, nacionalización
petrolera a partir de la cual México sustenta el ritmo económico y desarrollo
del país, se cimenta la base primordial sobre la cual habría de surgir el
México moderno y su desarrollo.
De tal manera, en la
consolidación pacífica de la nación el aspecto corporativista es, cimiento y
pilar fundamental, aspecto que en el curso de décadas (30’s, 40’s, 50’s, 60´s,
70´s, 80´s y parte de 90´s) ininterrumpidamente continuó siendo factótum de
estabilidad, poder y gobernabilidad en el sistema político mexicano.
Desprenderse, hacer a un lado u
olvidar las aportaciones corporativas sin cobro de factura es ajeno al sentido
común, más aún al sentido político; tampoco al gremio sindicalista en el que durante décadas se apoyó y erigió
el régimen y sistema político que dio lugar
y patente de cuotas de poder y de dinero.
Acorde a lo anterior, con el
derecho que nos asiste a la concordia y congruencia de la clase política y los
gobernados, parece que la ciudadanía, debe actuar en consecuencia y tomar
conciencia de que ante la imperante necesidad de adaptar la realidad sindical a
un contexto legal de transparencia y
auténtica representación ha de clamar por una radical pero programada y paulatina
modificación de las prerrogativas gremiales
y así atender al clamor popular habrá de darse en un complejo contexto
legislativo la modificación del estatus sindical.
En la realidad, el ideal
político no siempre confiesa con la realidad social. Es claro y patente el clamor popular de que los sindicatos deben
transparentar recursos y democratizar su representación, para ello habrá de
transitar un largo y democrático camino que parece imperativo.
Al parecer, la ruta de conciliación como camino de
gobernabilidad es la opción constructiva a seguir; o ¿cuál otra?
Velar por el interés supremo,
el nacional, no el gremial. ¿Habrá razón en ello?
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